Bolivia Clásica
Con estas palabras me uno a las celebraciones del 189 aniversario de la fundación de Bolivia.
En pocas horas más se realizará en el Teatro Municipal de La Paz – escenario de las experiencias musicales más significativas de mi juventud – un concierto en el que se estrenarán mis Arreglos bolivianos. Los interpretará la Orquesta Juvenil de Bolivia Clásica, dirigida por Jaime Laredo. El proyecto es idea y realización de Ana-Maria Vera. Me cuesta creer que no estaré allí para presenciar este acontecimiento, pero, mal que me pese, ésa es la realidad.
Desde hace algún tiempo que conozco por referencias la existencia de Bolivia Clásica. Y desde hace muchos años – por lo menos treinta – conozco a Ana-Maria Vera. La conocí de lejos en la década de los setenta, siendo ella solista muy precoz con la Orquesta Sinfónica Nacional. En aquella época hubo varias visitas de ella a La Paz, causando admiración general, pero yo nunca tuve contacto directo con ella. Con el paso de los años y décadas he seguido las noticias de su floreciente carrera con interés.
En los últimos años, a raíz de su trabajo con Bolivia Clásica, mi interés en Vera se fue acrecentando. La noticia de que ahora residía en Londres me decidió a buscarla, y nos conocimos este año. Pude conversar con ella aquí en el Noreste inglés, cuando vino a tocar un recital con la joven violinista española Leticia Moreno en el Sage Gateshead. Fue una ejecución de altísima calidad, y la breve conversación que tuvimos después me reveló a una persona inteligente, atenta y muy segura de sus objetivos.
En esa oportunidad Vera me invitó a asistir al lanzamiento británico de Bolivia Clásica, que iba a tener lugar en Londres a los pocos días con el apoyo de la Embajada de Bolivia y nuestro excelente Embajador, Roberto Calzadilla. Conseguí organizar el viaje y pude presenciar su carisma como anfitriona del evento y líder del proyecto. Al mismo tiempo pude constatar otra vez su refinada musicalidad, a través de varias obras de cámara que tocó con colegas suyos que habían ya visitado Bolivia como tutores invitados. En especial me impresionó el Cuarteto con piano de Schumann, del cual tocaron dos movimientos. Además del elegante fluir del piano de Ana-Maria, la participación de la violinista Katharine Gowers me pareció excepcional; me maravilló la expresividad de esta violinista, y su capacidad de prolongar y sostener las líneas melódicas largas e intensas de la obra magistral de Schumann. Ken Aiso en la viola y Guy Johnston en el cello completaron un grupo sorprendentemente sincronizado si se tiene en cuenta que sus miembros no tocan juntos regularmente.
No pasó mucho tiempo antes de que Vera me pidiera que escribiera arreglos de piezas folclóricas bolivianas para su festival de agosto. No puedo negar que me habría gustado más estar representado por una de mis obras, o más de una, pero Vera me explicó su visión para este proyecto y los distintos factores que pesaban sobre el diseño de los programas. No fue difícil entusiasmarme, primero porque el trabajo de Vera me parecía digno de apoyo, segundo porque cualquier proyecto que me mantenga presente en Bolivia es importante para mí, y tercero porque el folclore también es lo mío, mi música. Lo digo no sólo en el sentido lato en el que todo boliviano se siente vinculado a su folclore, sino además por mi relación especial con la música folclórica boliviana. Recordemos que antes de dedicarme a la composición tuve una carrera precoz de charanguista, y que mis primeros escenarios de trabajo fueron las peñas folclóricas.
Para mayor coincidencia, Vera me pedía arreglos que representaran a La Paz, a Cochabamba y a Santa Cruz, es decir, los tres departamentos en los que se desenvolviera mi vida en Bolivia. De los tres tengo recuerdos indelebles, a los tres están atados mi pasado y, por lo tanto, mi presente, es decir, mi identidad. Los tres son, por razones distintas pero por igual importantes, mi tierra.
Hubo cierto ir y venir entre Vera y yo, y entre Vera y sus auspiciadores, para convenir la combinación exacta de piezas folclóricas que habíamos de escoger. Hicieron falta negociaciones relativamente prolongadas antes de llegar a un acuerdo que satisficiera a todos. La combinación resultante es lo que ahora llamo Arreglos bolivianos, en el entendido de que hay distintas permutaciones posibles y que no todos los arreglos se programarán en un mismo concierto.
También tuve que combatir en Newcastle para abrirme un espacio temporal que me permitiera dedicarme a este trabajo dentro del apretado cronograma que teníamos. Cuando por fin pude empezar, salió a relucir Armando Vera como una figura clave del proyecto. En su calidad de director titular de la orquesta, su conocimiento de primera mano de las secciones y sus integrantes me resultó muy valioso, sobre todo por el entusiasmo con que me brindó su consejo.
En Jaime Laredo y su esposa Sharon Robinson me resultaba más fácil no pensar. Me parecía increíble que fuera él el director designado para el proyecto. Cuando me permitía pensarlo, la idea resultaba tan absorbente que me distraía de la labor que tenía entre manos.
Es difícil medir con palabras el significado de Jaime Laredo para mí, para los bolivianos de mi generación, y quizá para todos los músicos bolivianos. La magnitud de sus logros es una inspiración para todo el que ha nacido en nuestra tierra desaventajada pero ama la música demasiado para no dedicarse a ella. Laredo nos muestra que, en ciertas condiciones, lo imposible puede hacerse posible, y que un oriundo de nuestros páramos puede competir y triunfar en la reñida arena internacional de la música clásica. Para los que tuvimos la suerte de oírlo tocar, su musicalidad estratosférica es una referencia de hasta dónde se puede llegar con talento, dedicación y cultivo.
Aquí también hay una dimensión personal que me toca de cerca. Uno de los amigos y mentores más importantes de mi juventud fue Don Eduardo Laredo, padre de Jaime. A través de Don Eduardo me enteré de una infinidad de detalles de la educación, la lucha y la carrera de Jaime Laredo. En esa época – principios de los setenta – en que era muy difícil obtener cuerdas de violín, Don Eduardo organizó el envío de las cuerdas usadas de Jaime para mi violín. Don Eduardo me inspiró, me alentó y me aconsejó. A él se debe el nombre del Instituto Laredo, y cuando compuse el Himno del Instituto Laredo le dediqué a Don Eduardo frases de gratitud y homenaje.
Otra figura para mí importantísima es Don Walter Montenegro. Lo conocí en La Paz en 1973, y no tardó en nacer una amistad. No es ésta la ocasión de expandirme sobre esta relación importantísima en mi vida, pero diré que Don Walter y Don Eduardo eran amigos entre ellos, y que Don Walter y Jaime eran amigos entre ellos. Tan amigos que años atrás, en los Estados Unidos, Laredo le había obsequiado a Don Walter su violín de juventud, una copia de Guarnieri. En un momento dado, también en prueba de amistad, y de la generosidad del aliento que Don Walter me brindaba, ese mismo instrumento, en sí no valioso pero de un significado enorme, pasó a mis manos, primero en calidad de préstamo y después, al cabo de años, Don Walter confirmó su deseo de que me quedara con él. Con este violín he recorrido el mundo, he explorado la música, me he ganado la vida en más de un periodo, y con este mismo violín compongo ahora y pruebo los efectos especiales – los armónicos, las dobles cuerdas – antes de escribirlos.
Más de una vez quise entablar contacto directo con Jaime Laredo, pero las condiciones no se dieron. Hoy las condiciones están dadas para entablar un contacto a través de la música, profundo aunque todavía indirecto.
Al maestro Laredo, a Ana-Maria Vera, a Sharon Robinson, a Armando Vera, a todos los jóvenes de la Orquesta: no necesito desearles éxito porque sé que lo tendrán. Decir que estaré presente con el corazón será una perogrullada, pero es verdad. Por las razones explicadas, este proyecto es muy especial para mí, pero sé que lo es también para todos ustedes. Los felicito y les agradezco por la parte que desempeña cada uno de ustedes.