Chijini
para K.C.
Adoquines de Chijini
cuesta arriba, cuesta abajo
espejados en la lluvia
mate turbio en el invierno
sonrientes cuando subo
hacia la esquina que invoca
el himno de una paz esquiva,
pesarosos cuando bajo
con el himno a mis espaldas.
En la noche yerta y sola
cebolleras desveladas
cuyas voces han callado
dejan en su ausencia oscura
un silencio vocinglero.
Cuando han pasado las bandas
que transitan todo junio,
puebla las pendientes quietas
el resonar sempiterno
de un charango que no muere,
son tutelar de estas calles.
Un vigía momificado
guarda lo que nadie roba
perros robustos e hirsutos
indiferentes al frío,
y a nuestra fraternidad
y al intruso que fui siempre
ignoran con apatía
mis retornos fantasmales.
Hoy que vuelvo, ya proscrito
a contemplar las ventanas
desde donde aún titilan
en mi pulso los delirios
de un postludio que jamás,
jamás debió tener fin,
releo allí la sentencia
que de la gracia me aparta
que a recordar me condena
y a revivir cada instante
de plenitud y ventura
que este invierno ha sepultado
y a ebullir en el horror
de saber que hoy son ajenos
los acordes y los ecos
los movimientos y pasos
las sonrisas y los juegos
que una vez me dio Chijini.
© Agustín Fernández 2022