Sobre “Bolívar” de Caracol/Netflix
No tengo pretensiones de crítico de televisión pero, tras haber seguido los 60 episodios de esta serie, me siento habilitado para comentar sobre ella.
Bolívar, título completo Bolívar, una lucha admirable, es una coproducción de Netflix y la productora colombiana Caracol Televisión. Fue estrenada en 2019 en los Estados Unidos y en varios países de América Latina. Antes de su lanzamiento en Venezuela, la tierra del Libertador, según la BBC el presidente Maduro la desestimó a priori con las palabras “cuántas mentiras, difamación y basura pondrán en la miniserie”. Tal vez habría sido prudente que el presidente la viera antes de opinar, aunque sólo fuera para evitarse el sonrojo de llamar “miniserie” a 3000 minutos de televisión. Pero Maduro no está solo al poner en duda que una multinacional como Netflix se tome muchas molestias para adherirse a la fidelidad histórica en un proyecto que, como toda megaserie, se orienta a llegar al mayor público posible y a mantenerlo frente a la pantalla por el mayor número posible de episodios. La veracidad de la serie la han cuestionado muchos que la han visto y otros que no, y también alguno que la ha visto en parte, como la historiadora venezolana Inés Quintero.
Los escépticos a priori tienen razones nada negligibles. Bolívar es una de las figuras más importantes de la historia universal. Lo admiran millones en todo el mundo. En Latinoamérica lo veneramos y lo hemos consagrado hasta investirlo con el estatus de un mito. El estudio de sus hazañas y de su legado transformador permite afirmar que el culto de Bolívar está justificado. La vida y las obras de Bolívar han sido estudiados por miles de expertos, generando una bibliografía ingente. Este copioso material, o por lo menos una buena parte de él, tendrá que ser leído y asimilado por cualquier autor que deba emprender la tarea de escribir el guion para una serie ambiciosa sobre Bolívar. La labor ha recaído en Juana Uribe, alguien a quien no conocíamos los lectores de historia. Algunos comentaristas la han mencionado como historiadora, pero basta un clic para desayunarnos que su oficio es el de “guionista y productora de televisión colombiana” y, es más, “vicepresidenta de canal de Caracol Televisión”. Se trata, pues, de una persona importante, aunque no necesariamente en el rubro que quisiéramos. ¿Cuánto tiempo habrá podido dedicar esta ejecutiva mediática al estudio de Bolívar, sus allegados, su época y su geografía? La respuesta está en la serie.
El vestuario y las localizaciones son verosímiles, como son evidentes los esfuerzos de las cámaras por esconder las intrusiones de los últimos siglos. Los llanos son llanos y las montañas montañas. En los pueblos y ciudades nos tenemos que contentar con escenas entre cuatro paredes o, a lo sumo, en un patio o un trecho corto de alguna calle empedrada, evitando la línea del cielo que hoy en día debe de estar saturada de cables y arquitectura extemporánea. Todo muy loable.
En cuanto a los personajes, el cuadro es más complejo. Sería mezquino negar que todos los actores sin excepción se desempeñan como verdaderos profesionales. Podríamos resaltar a uno que otro aquí y allá, pero nada quita que Caracol ha sabido reclutar a un equipo actoral de muy alto nivel. Hans Martínez como Santander impresiona por la sutileza psicológica de su trabajo facial. Álvaro Bayona retrata con efecto admirable al villano rastrero y codicioso en el que el guion ha convertido a Carlos Palacios, tío de Bolívar. (Su mal olor parece ser de la cosecha de Uribe.) Isabella Sierra como la niña Manuelita Sáenz muestra frente a las cámaras una naturalidad descomunal.
El peso principal recae, inevitablemente, sobre los tres actores que desempeñan el papel de Bolívar niño, joven y adulto respectivamente. Los tres representan sus escenas y pronuncian sus parlamentos con profesionalismo. Lo difícil, tal vez imposible, es recrear el desarrollo de una personalidad dotada del carisma y la fuerza arrolladora que le permiten al Libertador lograr sus proezas de visión, persuasión y heroísmo. Maximiliano Gómez exhibe talento y convence en las escenas ligeras, no así en las dramáticas en las que no vemos la intensidad o la espontaneidad que esperaríamos de un niño frente a los choques y tragedias que el infortunado Simón hubo de sufrir en su mocedad. José Ramón Barreto, el Bolívar joven, despliega aplomo y autoconfianza, pero algo no encaja en el papel que representa. Su locuacidad parece palabrerío, su grandiosidad de pensamiento parece pomposidad, sus iras parecen las rabietas de un jovenzuelo mimado, su constante batir de brazos es más propio de un mercader callejero que de un aristócrata como era Bolívar. Le falta esa gravitas que tiene que haber tenido el futuro Libertador para ser tomado en serio en Caracas y en Londres.
Luis Gerónimo Abreu tarda varios episodios en llegar a convencer como el Bolívar adulto, debido en parte a su falta del menor parecido con el Bolívar joven, mucho menos con el Bolívar de la historia. Está bien, no siempre es posible encontrar buenos actores que se asemejen a los retratos de la época, pero la habilidad de los técnicos de caracterización hoy en día permite transformar la apariencia de un individuo con gran verosimilitud. ¿Por qué no en este caso? En lugar de la frente alta y ancha de Bolívar Abreu ostenta una cabellera lacia que le cubre la frente y le llega hasta los hombros. En lugar del rostro bien afeitado con patillas victorianas vemos a un oficial de barba y bigote que más que a Simón Bolívar se parece al Che Guevara. Y esto no es antojadizo: las facciones de Abreu se parecen tanto a las del Che que cabe lamentar que no lo haya descubierto Soderbergh cuando hacía el casting para su biografía en dos partes del icónico guerrillero. Seguro que Abreu se habría llevado el papel y habría hecho un trabajo más convincente que Benicio del Toro. Abreu como el Libertador Bolívar, por otro lado, es una proposición difícil de aceptar. ¿Lo ha hecho a propósito Caracol, queriendo equiparar a las dos figuras? Si es así, les ha salido el tiro por la culata, ya que la intrusión del Che cuando deberíamos estar pensando en Bolívar resulta una distracción.
Más allá de la apariencia física, debe admitirse que Abreu sabe ser un Bolívar galante, zalamero, juguetón, resuelto, imperioso, irónico o iracundo según la situación lo requiere. Su paleta actoral es amplia y él la utiliza con innegable destreza. Su sinceridad no se duda. ¿Por qué entonces no llega a convencer del todo? Tal vez porque nunca terminamos de suspender la incredulidad y la imagen extemporánea del Che se interpone entre Abreu y el espectador aun en los momentos más absorbentes. O quizá por una limitación en Abreu similar a la de Barreto, una insuficiencia de profundidad, una ausencia de la estatura psicológica que haría falta para persuadirnos de que cuando él aboga por la unión americana lo hace por el bien de las multitudes y no sólo por darse el gusto de cumplir un sueño personal. O acaso por el hecho intrascendible de que hay demasiada historia, literatura e iconografía en torno a este prócer que resulta, por ello, imposible de representar.
Pasemos a Manuela Sáenz. Tras un comienzo brillante, la trayectoria de su papel baja en credibilidad según muda la actriz que lo representa. La niña, Isabella Sierra, brinda todo lo que podríamos esperar del personaje: indómita, voluntariosa, contestataria, cálida, llena de vitalidad. Cuesta imaginar cómo habrá hecho el director para conseguir una actuación tan perfecta de una actriz tan joven. Le sigue María José Vargas como Manuelita adolescente y se desempeña muy bien, siendo su principal limitación el reto insuperable de ponerse en el lugar que ocupara Isabella Sierra. En cuanto a la Manuela adulta, Shany Nadan tiene sus aciertos. El guion de Uribe le da tanto espacio que acaba ganándonos por cansancio y llega un momento en que la aceptamos, aunque a regañadientes. Considero que la Manuela que han creado Uribe, Nadan y su equipo nos convencería más si su papel no fuera tan omnipresente. La cantidad de tiempo que ocupa en la pantalla exige de la actriz y del espectador más de lo que es realista, y esto atañe al guion tanto o más que a la actuación. Lo mejor que se puede decir de esta Manuela es que su irreverencia ante la autoridad resulta creíble y que la dinámica que logra con su Bolívar es convincente.
Mucha de la fuerza psicológica que quisiéramos ver en la célebre amante del Libertador la vemos en su menos célebre hermana, María Antonia Bolívar. Rosmery Marval transmite una presencia que se adueña de la escena siempre que aparece. Su solidez de carácter hace que sus puntos de vista tengan peso, con efecto demoledor cuando le espeta a su hermano que antes de su revolución estaban mucho mejor. Más adelante la vemos aconsejando al ahora presidente Bolívar en un tono de cariñosa autoridad que le habría venido muy bien al papel de Manuelita Sáenz. Una oportunidad perdida en el casting, diría yo. ¿Marval como Sáenz? Eso sí que habría hecho chispas.
En un reparto de casi 100 actores sería fatigoso adentrarnos más, pero no se puede dejar de mencionar a dos personajes que le hacen honra a este proyecto. Uno es Santander. Su transformación de seguidor y guerrero leal a estadista, luego a rival de Bolívar y por último a conspirador Hans Martínez desarrolla con sutileza y profundidad. El otro es Sucre, cuya seriedad e integridad se reflejan bien en el trabajo de Julián Trujillo. Es una pena que el guion no desarrolle mejor la figura de Sucre y la fuerte amistad entre éste y Bolívar. Sin esa preparación necesaria, la noticia de la muerte de Sucre hunde a Bolívar en un estado de desesperación sollozante que, aunque bien actuado, resulta un exabrupto. ¿De dónde sale tanto dolor? Otros personajes de menor peso histórico evolucionan más en la pantalla atrayendo más empatía, como José María Córdova (Juan Fernando Sánchez).
Hay muchos otros personajes, muchos de los cuales aportan a la ambientación y al esfuerzo elusivo por recrear el espíritu de la época. La élite bogotana queda retratada con sus luces y sus sombras, dejándonos con las ganas de ver retratos equivalentes de las otras capitales andinas. La clase de exoficiales del ejército independentista, desempleados en la posguerra y ansiosos por una sinecura en el nuevo aparato estatal, la ejemplifica bien el infortunado Julio Herrera (Manuel José Chaves). Sus problemas maritales, al igual que otros romances e intrigas amorosas desarrollados con tedioso detalle, son quizá una necesaria concesión al público mayoritario de las telenovelas, pero para los interesados en el Libertador, su vida y su obra, son un lastre que obstaculiza el avance de la historia y de sus personajes centrales.
¿Cuánta verdad histórica contiene esta serie? El grueso de los comentarios la condena, no tanto por falta de veracidad como por aspectos de realización. Es la historiadora Inés Quintero quien con más autoridad desestima la fidelidad del guion a los hechos conocidos. Otros comentaristas critican diálogos, actuaciones y longitud. Hay quienes ironizan sobre la magnitud de la serie (“la telenovela más ambiciosa jamás hecha“) y otros que la consideran pesada y a fin de cuentas aburrida.
Yo estoy ahora en proceso de cotejar en mis ratos libres lo que he visto en la serie con recuentos históricos disponibles, y efectivamente voy encontrando fuertes discrepancias. Algunas se explican solas por la necesidad de condensar o por la búsqueda del mejor efecto televisivo. Otras no. Pero admito que debo reservar un juicio general sobre la veracidad o no de Bolívar hasta haber repasado y profundizado mi conocimiento de la historia. En cuanto a la actuación, he visto la serie y defiendo a todo el reparto sin excepción. Las malas elecciones – todavía no tenemos un término equivalente a miscasting) no son culpa de los actores. La escala ambiciosa del proyecto me parece enteramente de acuerdo con la monumentalidad del tema. ¿Pesada y aburrida? En absoluto; la encontré apasionante. Las veces que bobiné hacia adelante saltándome algunas escenas fue no por aburrimiento, sino por impaciencia con los amoríos de los personajes secundarios.
Mi mayor objeción es lo que considero una frivolidad, la de derrochar horas en escenas privadas, obviamente imaginadas, de personajes secundarios, en lugar de explorar mejor las dinámicas entre los caracteres principales. Lo demás son detalles, unos más importantes que otros. Causa risa que la “Legión Británica” consista, según se nos muestra, en dos oficiales y nadie más. No es verosímil que los lanceros de Páez, por muy llaneros que fueran, hayan emprendido el cruce de la cordillera semidesnudos. Y así se podría seguir, pero para qué detenerse en quisquillas frente a un logro de proporciones tan indiscutiblemente grandes.
Alguien por ahí censura que Caracol haya gastado una fortuna en una orquesta para la banda de sonido. No sé con qué evidencia lo dicen. Yo oigo solos y dúos, bien tocados por músicos que espero hayan sido bien remunerados. ¿Pero orquesta? Yo podría asegurar que los pasajes orquestales son simulaciones computarizadas, fórmula tristemente generalizada en nuestros tiempos para ahorrar dinero. Sus errores tendrá Bolívar, una lucha admirable de Caracol/Netflix; derrochar recursos en la música no es uno de ellos.